El inglés que tomó todos los colectivos de Buenos Aires

14 octubre 2016

Colectivaizeishon. (f) Acción y efecto de tomar todos los colectivos de Buenos Aires. (DRAE) Este es un libro sobre Buenos Aires y el inglés acriollado que se despertó un día y decidió tomar todos los colectivos de la ciudad. No es un libro sobre colectivos. Es mucho más aburrido que eso. Es un libro sobre la psicogeografía, sobre cómo vivimos, cómo percibimos, y cómo usamos el espacio de una ciudad. Es un libro para todos los que se plantearon alguna vez qué pasaría si siguiera hasta el final del recorrido. Es un libro para todos los que contemplaron el mapa de la ciudad donde viven y se dieron cuenta de que después de tantos años viviendo ahí, aún no conocían la mitad. Es un experimento para convertir algo funcional, cotidiano y común en algo más lúdico. Es un experimento para ver qué pasa si tomás un colectivo solo porque sí, solo para ver qué pasa, sin límites de tiempo, sin propósito alguno. No es una guía turística. No es la Guía “T”. No es un típico libro de viajes. Es una crónica de 300 viajes y de los pensamientos y recuerdos y largos períodos de aburrimiento que desencadenaron estos viajes. Es un ejercicio de la inutilidad, una celebración del estar al pedo, una gran pérdida de tiempo en forma literaria. Es un libro que cualquiera puede escribir con un poco de tiempo, un montón de estoicismo, y una tarjeta SUBE. Yo ni siquiera tenía ésta. Imaginate tratar de conseguir suficientes monedas para tomar trescientos colectivos. De tales logros está hecho este libro. El 22 de junio de 1986, a la edad de diez años, tomé conciencia por primera vez de un país llamado Argentina, y de sus barriletes cósmicos. El 26 de febrero de 1997 conocí Buenos Aires. Al día siguiente, conocí a mi futura primera esposa. El 29 de enero de 1999 vine a Buenos Aires pensando en quedarme unos meses y, como tantos otros, me terminé quedando para siempre, hasta ahora. En algún momento en 2009, en parte por leer The Know-It-All de AJ Jacobs, un periodista neoyorquino que leyó todas las treinta y tres mil páginas de la Enciclopedia Británica, y en parte por ese constante “¿qué pasaría si…” que asedia a los escritores y otros dueños de mentes curiosas, me pregunté cómo sería tomar todos los colectivos de la ciudad de Buenos Aires. Entonces un miércoles invernal de agosto tomé el 1 desde Rivadavia y Rojas en Caballito hasta Rivadavia y General Paz en Liniers. Luego bajé, crucé la avenida, y tomé el 1 de regreso a Caballito. Fue bastante aburrido. Unos días más tarde, tomé el 2. Fue aun más aburrido. Había una epidemia de gripe porcina, una epidemia en la cual el riesgo más mortal era el contacto con los mocos asesinos de mis co-usuarios del transporte público. Si me dieras un peso por cada vez que vi a un porteño taparse la boca al toser en público, tendría un peso. Tomé el 4 (el 3 ya no existe). Vi a dos personas abrazando un árbol afuera del Luna Park, las palabras “Tree Huggers” (Abrazadores de Árboles) en sus remeras. Supe que había gente aun más al pedo que yo. Tomé el 5. Y a medida que el colectivo se iba metiendo en algunos de los barrios más carenciados de la ciudad, empecé a temer que la gripe porcina fuera la menor de mis preocupaciones, y que este proyecto completamente sin sentido iba a terminar con mi asesinato. El colectivo dobló en la esquina, y vi un payaso arbitrando en una carrera de embolsados para el Día del Niño. Me di cuenta, y no por última vez, de que mi miedo era algo exagerado. Tomé el 6. Perdí mucho tiempo esperando en la parada, pasando frío. Mi mejor amigo en Inglaterra tuvo su primer hijo, mientras yo esperaba media hora en Villa Soldati para hacer un viaje en colectivo completamente al pedo. Algo no estaba bien. Me acordé de algo que otro amigo me había dicho antes de empezar el proyecto: “No vayas a llegar hasta el 7 y darte por vencido”. Tomé el 7. Y me di por vencido. Eso habría sido el final del asunto. Volví a mi trabajo de guionista, a mi otro trabajo de traductor, a mis intentos de escribir una novela digna de ser editada. Pasó un año y medio. Luego escribí una nota para Clarín, para una de esas series predecibles sobre extranjeros en Buenos Aires, el tipo de nota en que una estudiante de intercambio de Texas te cuenta como le encanta la carne y la gente y el tango pero ojalá que no hubiera tantos soretes en las veredas y los taxistas no manejaran tan rápido. Aproveché esta nota para promocionar Freddiementary, una novela eternamente inédita sobre un cineasta argentino que encuentra a Brian May en su placard, y mencioné al paso que había intentado esta cosa descabellada de los colectivos. La respuesta del público fue bastante grande, pero nadie le dio bola a la novela, sino que todos preguntaron por los colectivos. Mi esposa, siempre preocupada por las limitaciones comerciales de la mayoría de mis escritos, me sugirió que tomar los colectivos de Buenos Aires y escribir un libro al respecto podría ser una idea bastante buena. Entonces replanteé el proyecto. En definitiva, tenía que cubrir la Capital Federal solamente. Si trataba de abarcar todo lo que es el Conurbano, el proyecto se volvería interminable. La vida es demasiado corta para tomar el 60 hasta Escobar solo porque sí. Pido disculpas a toda la gente del Conurbano, que sepan que no quise ofenderlos con esta decisión necesaria. No soy conurbanofóbico. Muchos de mis mejores amigos son del Conurbano. Sabía que mucho del tiempo que perdí en mi primer intento fue en llegar al comienzo del recorrido, entonces diseñé un cronograma en el cual se conectaban los trayectos. Tres líneas de colectivos por día, dos veces por semana, 140 líneas de colectivos en seis meses. Esto es Colectivaizeishon.

Colectivaizeishon
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